Cooperador Paulino - Mons. Cecilio Raúl Berzosa

Para que la vida consagrada sea auténtica y verdadera, se necesitan actitudes siempre renovadas.

Más que cosas, hay llevar siempre, en nuestra maleta existencial, actitudes en forma de brújula:

  1. N: Amor apasionado a Jesucristo, o vuelta al amor primero (samaritana).
  2. S: Vida y discernimiento comunitarios (Jonás).
  3. E: Fidelidad en creatividad a nuestro carisma y memoria carismática (pentecostés)
  4. O: Redescubrir los nuevos caminos de misión (buen samaritano).

 

NORTE. Vida interior y de oración: vuelta al amor primero

Como la mujer samaritana, de la superficialidad a la profundidad: «De la necesidad de beber y buscar agua, al encuentro con el Agua de la Vida, Jesucristo, que colma nuestra sed y nos llena de plenitud… Somos itinerantes exteriores e interiores» (Jn 4,1-30).

 El texto de la mujer samaritana nos deja claro que una auténtica vida consagrada vive y se nutre de la oración, del encuentro real con Jesucristo. Con los cántaros interiores vacíos, ni tendremos identidad ni podremos ejercer nuestra misión. En este sentido, como a la mujer samaritana, se nos exige abastecer con agua viva nuestros cántaros interiores, ser tinajas o recipientes de agua pura. En esto consiste el paso de una vida superficial y rutinaria a otra vida más profunda y plena.

No basta buscar agua. Hay que dejarse hidratar por ella. No basta buscar. Hay que dejarse transformar: beber del agua Viva, Jesucristo, para configurarnos con él. No basta con cantar al cántaro, hay que sumergirse en el agua. Existe la sed de santidad porque existe la Fuente capaz de colmarla.

SUR. Practicar el discernimiento comunitario

Como en el icono de Jonás, de la instalación existencial, a la sorpresa de la novedad: «Llamados a salir de nosotros mismos y de nuestras instalaciones personales y comunitarias… Tragados por la ballena existencial de la misericordia que nos devuelve a nuestra realidad… Escucha y discernimiento comunitario… Evangelización y misión renovadas» (libro de Jonás).

La imagen del profeta Jonás nos recuerda que la vida de especial consagración no está determinada por el propio deseo: no se trata de «ir a donde uno quiera ir», sino allí donde el Señor nos llame y envíe, y sean necesarios los voceros y las voceras de Dios.

Al mismo tiempo, Él nos regala los compañeros de camino y de comunidad. El Señor, por su parte, paciente y comprensivo, se traga al mal profeta, en un acto creativo de pura misericordia. La ballena representa, en la narrativa de Jonás, la misericordia divina, siempre «paciente» en su pedagogía, pero persistente.

El vientre del pez, o útero materno divino, es el único lugar donde, el profeta, como el consagrado, están tranquilos y serenos. Deben pasar tres días: símbolo de un proceso pausado para morir a nuestra terquedad y pecado, a nuestra vieja vida, y así renacer de nuevo. En resumen, el relato de Jonás nos mueve desde la instalación existencial a la sorpresa de la novedad en nuestra vida consagrada.

ESTE. Reavivar nuestro carisma: de la pasividad a la creatividad en fidelidad

Como en el icono de Pentecostés: «El Espíritu nos transforma, nos ilumina, nos enciende, nos hace comunión, nos regala creatividad y nos envía» (He 2,1-13).

A veces no crecemos en nuestra consagración por permanecer encerrados en nuestro refugio, «en nuestros nidos y miedos», así como los apóstoles temían a los judíos. Crecemos cuando somos enviados. Vivir activamente la misión es siempre un test de verdadero crecimiento.

La pasividad es no desear cooperar; la pasividad es un déficit o desagradecimiento de memoria. Cuando desaparece la creatividad y la pasión, vivimos tan solo instalados y resignados en el presente. ¿Cómo ser, entonces, creativos?… ¿Qué podemos hacer para recuperar y crecer en creatividad?…

 Hay tres dinamismos: los aprendizajes pacientes, como si estuviésemos ejerciendo un arte; el recurso a las «vidas ejemplares» de nuestros fundadores y santos y la misión compartida con otros en heroísmo ejemplar.

OESTE. Del egocentrismo a la oblatividad en la misión

Como en el icono del buen samaritano: «Salir de uno mismo para ver y compadecernos del otro, curarlo y acompañarlo y entregarle en buenas manos» (Lc 10,25-37).

El buen samaritano es un texto bíblico iluminador para la vida consagrada porque nos motiva, de manera especial, a desprogramar agendas y horarios, reuniones y proyectos, ante una persona «caída», «herida» o «necesitada»… Se trata de un signo vital que nos empuja, con fuerza, a escoger lo prioritario. El mismo Señor, que ha llamado y ha enviado al consagrado, es el mismo que le exige detenerse en las situaciones existenciales de los hermanos heridos y más sufrientes.

El relato del buen samaritano es una llamada al amor creativo, a la salida de uno mismo, con un estilo de misión muy concreto: saber mirar; compadecernos; curar con lo poco o mucho que tengamos; llevar al hermano a donde pueda ser sanado lo mejor posible e implicarte con tu persona y con lo mejor de ti mismo.

de especial consagración tiene que ayudarnos a realizar el viaje del amor oblativo, al estilo del Señor, que nos precedió con su ejemplo. Un consagrado es un servidor; alguien dispuesto a entregar su vida. La mejor expresión de esta dinámica oblativa se encuentra en la Eucaristía, comprendida y vivida en sus dos dimensiones: la sacramental (entr ga de Jesucristo) y la existencial (el ser cada uno de nosotros «eucaristías existenciales»).

Los consagrados que participan en la Eucaristía son «tomados, bendecidos, partidos y repartidos para Dios y para los demás». Es la expropiación total de vida como donación al Señor y a los hermanos, que tiene muchas traducciones prácticas: actitud para trabajar en equipo, disposición a aceptar nuevos destinos, apertura a nuevas periferias existenciales y geográficas, cercanía y compromiso con los excluidos de nuestra socie dad y la puesta en práctica del estilo que la Iglesia espera del consagrado del siglo XXI: itinerancia, inculturación e intercongregacionalidad.

Intercongregacionalidad quiere decir comunión de carismas diversos para la misión. Inter culturalidad es la encarnación de los carismas en diversas culturas y en comunidades de diversidad cultural. Itinerancia es dejarnos llevar por el Espíritu Santo, descubriendo «lo nuevo del Padre» en cada momento histórico, como verdadero signo de los tiempos, para anunciar la Buena Nueva del Evangelio, para experimentar la Vida en Jesucristo y para adelantar el estilo del Reino Trinitario.

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