Victoria Luque, periodista
Las Hermandades piden el curso
El fin de semana pasado contaron con su buen hacer una parroquia del barrio de la UVA –un barrio muy precario del norte de Madrid capital– y otra de San Sebastián de los Reyes –en Madrid provincia–. Sin embargo, es en Andalucía donde este curso intensivo de tres horas y media –con quince minutos de descanso–, especialmente pensado para laicos –aunque también se imparte a seminaristas y sacerdotes–, se ha afianzado de una forma asombrosa: «Andalucía es donde más cursos imparto, entre otras razones, porque aquí hay 3000 Hermandades de Penitencia, y las Hermandades han detectado muy bien la necesidad de que los fieles escuchen y entiendan lo que se proclama desde el ambón». Señala, además, que la acogida del curso por parte de los seglares y de la jerarquía es muy positiva, de hecho «ya me he entrevistado con varios obispos y dos de ellos han coincidido en lo mismo, me han hecho ver que esta formación que yo imparto, enseñar a proclamar la Palabra de una forma puramente práctica, no existía –hasta ahora– dentro de la Iglesia. Sí, siempre ha habido cursos de liturgia, pero esto es distinto».
Leer en voz alta
A lo largo de estos años, Ángel M. Pérez ha introducido algunos elementos nuevos, pero sobre todo la clave, dice, es la sencillez. «Hay que leer mucho en voz alta para mejorar, cada vez que termina un curso abro un grupo de whatsapp con los asistentes del curso –ya tengo casi 200 grupos de whatsapp– y les envío semanalmente un texto y un audio con las lecturas del domingo siguiente, así el alumno puede seguir practicando, oyendo e imitando, esto funciona muy bien». El último proyecto que tiene entre manos es lograr que una parroquia en Sevilla acoja a un grupo de ciegos de la capital hispalense para que ellos proclamen las lecturas en braille, en su propio leccionario adaptado para ellos. «Sinceramente, dar estos cursos me ha cambiado la vida. Ha sido un regalo del cielo, sin duda, señala». Y como anécdota, refiere el caso de Juan, «un señor invidente de 69 años, con grandes inquietudes, con estudios universitarios, a quien le gusta la filosofía, etc. Pero ¿qué ocurre? Que cuando habla, se atasca, tartamudea. ¿Por qué? Porque tiene muchas ideas en la cabeza y las quiere decir todas a la vez. Bien, pues lo curioso es que cuando se pone delante del texto sagrado se le quita la tartamudez. Se le quita radicalmente. Te das cuenta de que siendo tartamudo y ciego, al proclamar lee con absoluta normalidad, incluso dándole al texto un toque un poco más lento, lo cual viene bien, porque así se entiende a la perfección. Me quedé pasmado, le dije: “Juan, ahora no tartamudeas”». Por último, este locutor de radio y periodista señala que «el curso sirve a mis alumnos de una forma que yo ni siquiera imaginaba, ellos llegan a percibir la importancia de proclamar la Palabra, porque, cómo decirlo, le estamos poniendo voz a Dios».
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