Sandra Zevallos, periodista

Evangelizar no es vender «subidones espirituales», sino proponer un encuentro, una conversión, un seguimiento…

Manuel María Bru es un reconocido presbítero de la Archidiócesis de Madrid y autor del libro ¿Ha fracasado la Nueva Evangelización?, de reciente aparición en el sello San Pablo. En este libro, don Manuel María destaca la importancia de que los procesos de evangelización garanticen la libertad y maduración procesual y gradual del individuo, para evitar una evangelización efectista o de impactos emocionales.

 

«La Nueva Evangelización» aparece como una gran tarea de los líderes de la Iglesia, pero también lo es de los laicos…

En la precisa medida en que son ellos los que deberían ser «líderes de la Iglesia», sobre todo ante el mundo. Ellos que están en la vanguardia de la evangelización deberían ser reconocidos, dentro y fuera de la Iglesia, como sus verdaderos portavoces ante la sociedad, ya sea ante los medios de comunicación, las redes sociales y todos los ámbitos de la vida pública.

Hay laicos que integran los diversos grupos parroquiales y otros que solo van a las misas dominicales… ¿Cómo contar con estas realidades para la Nueva Evangelización?

Todos pueden contribuir, y todos son al mismo tiempo destinatarios de la Nueva Evangelización. En mi libro elijo la distinción de «interlocutores de la evangelización» que hacen san Pablo VI en Evangelii nuntiandi y san Juan Pablo II en Redemptoris missio: cercanos, alejados y lejanos. Los «cercanos» somos siempre, laicos, sacerdotes y religiosos, destinatarios de la evangelización, porque siempre tenemos un pie dentro y otro fuera de la opción cristiana.

 ¿Acaso están «bien evangelizados» los de este grupo?

 La prueba de si estamos «suficientemente evangelizados» radica en si de verdad vivimos nuestra vocación como discípulos-misioneros, no discípulos «y» misioneros, sino «discípulos-misioneros», como nos insiste el papa Francisco en Evangelii gaudium. Eso sí, si no estás en una comunidad cristiana, no puedes dar testimonio, porque el evangelizador no es un francotirador, evangeliza desde la comunidad y para ofrecer la comunidad.

¿Cómo podemos ayudar a las personas, en este mundo globalizado, a acercarse a Dios?

En este mundo globalizado, la inculturación de la fe ya no es solo la que surge del diálogo de la fe cristiana con las culturas autóctonas, sino también y sobre todo, con la gran cultura globalizada, la omnipresente, dominante, o al menos predominante, cultura mediática, la que hace que vivamos, como decía McLuhan, en una aldea global. Es una cultura que aporta un cambio de paradigma en los lenguajes, que la Iglesia debe hacer suyos, y es una cultura que arrastra los efectos de las crisis de identidad cultural: cultura débil (Vattimo), en una sociedad líquida (Bauman), desvinculada (Arbeló), hiperconectada (Sartorius), pero incomunicada, y además cansada (ByungChul Han).

Estamos ante un «cambio de época», como nos dice el papa Francisco…

Es el mundo en el que nos ha tocado vivir y, por tanto, el mundo al que nos toca evangelizar, abrazándolo, entendiéndolo, amándolo («Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo», Jn 3,16). Y, desde la regla de oro del discernimiento de la inculturación de san Pablo («Examinadlo todo cuidadosamente y quedaos con lo bueno», 1Tes 5,21), hay que reconocer las oportunidades propias de este contexto cultural para la evangelización: nuevas generaciones con menos prejuicios ideológicos, preminencia del lenguaje narrativo, etc.

¿Cuáles son las características de una buena catequesis para la Nueva Evangelización?

Ya no cabe otra catequesis que la catequesis de iniciación cristiana, porque no se trata de formar a los cristianos (de niños hasta adultos), sino que se trata de «hacer cristianos» y, por tanto, de iniciar en la vida cristiana, con procesos catecumenales, inspirados en el antiguo catecumenado bautismal, jalonado por los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Eucaristía y Confirmación).

Pero no determinados por ellos, asegura usted…

El proceso de iniciación vital, ojalá que cada vez más personalizado desde el acompañamiento, es el que debe determinar la recepción de los sacramentos. Esta conversión catequética, pedida por el concilio Vaticano II, sigue siendo, sesenta años después, una asignatura pendiente de la evangelización, como lo es que estos procesos deben partir y retomar siempre el primer anuncio y tienen que desembocar en una pastoral de la comunidad cristiana. La nueva evangelización recupera la «novedad» original de los procesos que garantizan la libertad y maduración procesual y gradual de la acogida de la propuesta evangelizadora. Sin esta clave estamos abocados a una evangelización efectista, de impactos emocionales. Evangelizar no es vender subidones espirituales, sino proponer un encuentro, una conversión y un seguimiento.  

¿En qué habría fracasado o podría fracasar la llamada «Nueva Evangelización»?

Podría adelantar solo una de las muchas pistas de discernimiento: fracasa toda iniciativa reduccionista (por ideológica) del mensaje evangélico, manipuladora (por efectista) del método evangelizador y elitista (por no priorizar la evangelización de los pobres) en el marco de seguridad y comodidad en la evangelización. Y fracasa no porque no pueda encontrar éxitos inmediatos (que muy seguramente los tendrá), sino porque estos no serán éxitos evangelizadores por la sencilla razón de que no son evangélicos.

¿Y cuándo no fracasaría?

No fracasa nunca una Nueva Evangelización que se haga desde las periferias (desde la mirada de los últimos), como nos dice el papa Francisco, y no busque «dar» a Dios al mundo, como quien vende un producto, sino que despierte la presencia de Dios en todos los hombres, ante el eco del testimonio humilde y generoso, gratuito y sin pretensiones, del amor cristiano.

 

 

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