Caminamos peregrinos, sedientos de paz.
«VEN, SIÉNTATE A MI MESA»
Antonio Alcalde
Se acaba de abrir (31-XII-2020) el Año Santo Jacobeo. Cristo nos invita a comer su pan. Vamos peregrinos a participar: haremos el camino juntos viviendo en fraternidad, sentándonos a la mesa de la fe y allanando los caminos que conducen a Dios.
«¡Siéntate a mi mesa, bendice el pan y el vino!». Que los afanes del mundo no nos impidan el encuentro tranquilo que el amor requiere. «Ven, siéntate a mi mesa» y tengamos un encuentro amoroso, un diálogo profundo de Tú a tú, sin prisas ni agobios. Compartiremos el pan y el vino y mañana andaremos de nuevo juntos la jornada.
El hombre moderno busca nuevos caminos de felicidad y se olvida con frecuencia del Camino. Caminamos peregrinos, sedientos de paz y nos olvidamos de la Paz. Con frecuencia nos olvidamos del Divino Caminante y perdemos las huellas del camino, recorriendo sendas de perdición y rutas que no llevan a ninguna parte:
«Peregrino, ¿a dónde vas si no sabes a dónde ir?
Peregrino por un camino que va a morir.
Si el desierto es un arenal, el desierto de tu vivir.
¿Quién te guía y te acompaña en tu soledad?»
(C. Gabaráin, 1936-1991).
Los dos discípulos, al llegar a Emaús, invitan al compañero de camino a quedarse con ellos. No lo reconocen, pero su corazón se había despertado a la esperanza. El camino se había hecho corto para una comunicación más profunda. Poco después, los dos discípulos lo reconocieron al partir el pan. El icono de los discípulos de Emaús no puede ser un icono pasajero. Jesucristo es siempre el Compañero de camino que escucha nuestras dudas e inquietudes, y nos habla y enciende nuestro corazón, lo hace arder (cf Lc 24,32), para que comprendamos las Escrituras y nos abramos a la esperanza. En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero. Cuando los discípulos le pidieron que se quedara con ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante la Eucaristía encontró el modo de quedarse «con ellos» y «en ellos». Así, la Iglesia encuentra cada domingo al Caminante de Emaús, hace el camino con Él para compartir la Palabra y partir el pan.

Se acercó y se puso a caminar con ellos
«Jesús, en persona, se acercó y se puso a caminar con ellos» (Lc 24,15). Es todo un gesto, un estilo de presencia, de cercanía el ponerse a caminar junto a unos hombres que vienen de vuelta de la vida; se sitúa a su altura, se amolda a su paso, sintoniza con su desilusión y su tristeza. «¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» (Lc 24,18); ellos vuelven de Jerusalén a Emaús con el corazón pesado y ensombrecido. Es todo un estilo renovado de presencia en el mundo. Caminemos como Jesús, el Peregrino de Emaús, al paso del otro, acompañándolo en su proceso de la fe, de la caridad. Hay que caminar con ellos alentándolos en la esperanza utópica y en la paciencia histórica. La Iglesia que surge de Emaús es una Iglesia «encarnada» que se hace solidaria con esa humanidad que sufre y llora, con esos hombres y mujeres que, en cada época de la historia, vienen de vuelta de muchas cosas a las que un día entregaron su corazón. Así la Iglesia se hace compañera de camino de la humanidad.
«Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre»
(Leopoldo Panero, 1909-1962).

Por qué te separas sin decirme tu nombre
A veces hay personas que no caminan, sino que van por la vida corriendo, atropellando a los que se encuentran en el camino; hay otras personas que ni siquiera caminan. Están tirados al borde de los caminos o permanentemente sentados en sus sofás, instalados en su comodidad. Un antiguo dicho decía: No camines delante de mí, pues podría no seguirte; no camines detrás de mí, pues podría no servirte de ejemplo. Camina junto a mí, seamos amigos y hagamos el camino juntos. Pero:
«¡Ay del que no tiene aún
un compañero en el viaje
que le lleve el equipaje
cuando se canse de andar.
Yo lo tengo y junto a mí.
Va el mismo camino haciendo,
el mismo pan compartiendo
y añorando el mismo mar»
(Antonio Alcalde, Tener un amigo).
«Al amigo fiel tenlo por amigo; el que lo encuentra, encuentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor…» (Ben Sirá 6,14-15).
Desde mucho tiempo atrás te presentía y te soñé; por eso salía a los caminos para verte llegar. Te presentía como presiente el río el ancho mar y va ciego hacia él, sin conocerlo. Como presiente el día el sol sin verlo, por el soplo del viento, mensajero… Te esperaba, inquieto en mi certeza, ¡como espera la paz el que combate!
¡Quien encuentra un amigo ha encontrado un tesoro! Pero, ¡qué amigo! Caminante de Emaús. Tan a la vista y tan oculto a la vez.
Tanto tiempo esperándote y no llegabas. ¿Por qué tardabas? Te esperaba y no te reconocía. Solo al abandonar mis asuntos pude conocerte, de camino, y hacer, ¡sin prisa ya! el camino juntos, navegando el mismo mar y compartiendo el mismo pan.
«Ahora que la noche es tan pura
y que no hay nadie más que tú, dime quién eres.
Dime quién eres tú que andas sobre la nieve»
(L. Panero, Vísperas Lunes II).
«Ellos lo reconocieron al partir el pan.
Entonces se les abrieron los ojos y comentaban: “¿No ardía nuestro corazón mientras
nos hablaba por el camino?”» (Lc 24,32).
En un mundo anochecido, sin luz, mucha gente anda extraviada. Encontrarse con Jesús es encontrar la Vida, el Rescate, el Camino. Nuestra fe no debe conocer tinieblas; ella misma debe tener la fuerza de convertir la noche en realidad lucidísima.
Guarda mi fe, Señor, ¡tantos hay que proclaman tu muerte! Cuando anochece y la luz se va, quédate, Señor, conmigo: «guárdanos como a la niña de tus ojos». Tu piedad no desfallece a pesar de mi desvío.
¡Qué aprisa cae la tarde! ¡Qué lentamente amanece! Tenemos por delante un mañana, una hermosa y radiante mañana, una primavera de la vida y de la fe. Por tanto, ¡fuera la desesperanza, porque es hora todavía de conquistar la alegría!
«Ven, siéntate a mi mesa;
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo!».