Tiende tu mano al pobre
Victoria Luque
Las personas en situación de pobreza están a nuestro alrededor. Solo hay que abrir los ojos para verlas. Estas personas siempre nos interrogan y cuestionan. De alguna forma siempre están ahí para que nos enfrentemos a una pregunta: ¿Mis actos son coherentes con mi fe?
El 15 de noviembre de 2020 se conmemoró la IV Jornada Mundial de los Pobres. Día dedicado especialmente por la Iglesia a reflexionar sobre este drama humano –la pobreza– que abarca a 1.300 millones de personas en todo el mundo, de las cuales, la mitad (663), son niños. A pesar de estos datos, el último Índice sobre pobreza Multidimensional, publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, apunta a una tendencia positiva, pues estima que 270 millones de personas han salido de la pobreza multidimensional en el último año, sobre todo en Asia meridional. El espectacular crecimiento económico de China y de otros países del Este de Asia ha conseguido que más de mil millones de personas salgan de la pobreza extrema en las últimas dos décadas.
La pobreza extrema ha dejado de ser la norma en los países del Sudeste asiático, en China y en la India, además de en el resto de continentes, y de todo ello hemos de congratularnos… pero África es otra historia. Millones de africanos siguen viviendo con menos de 1,9 dólares al día. Sin acceso a la educación, la salud, el agua corriente, el saneamiento, la electricidad, el transporte o las telecomunicaciones, mueren antes de cumplir los 40 años por enfermedades fácilmente tratables, experimentando hambre y desnutrición.
Por otro lado, si miramos a España, la situación se complica igualmente, así Intermón Oxfam en su informe «Una reconstrucción justa es posible y necesaria» calcula que la pandemia arrojará a la pobreza a unas 700 mil personas. Esta ONG pone en el punto de mira a la población migrante, y señala que esta podría alcanzar una tasa de desempleo diez puntos por encima de las personas nacidas en España. Asimismo, indica que la probabilidad de perder el empleo por parte de la población migrante se dispararía al 145% en relación con la población de nacionalidad española, es decir, uno de cada tres migrantes podría engrosar la lista de personas por debajo del umbral de la pobreza.
Logotipo y lema de la Jornada Mundial de los Pobres 2020
Una vez conocidos los datos, ¿qué podemos hacer nosotros los cristianos? Los datos en principio pueden apabullarnos, pero habría que descender a lo tangible, a las personas concretas con las que nos relacionamos cada día, y a sus necesidades imperiosas. La Palabra no deja lugar a dudas: «Si alguien ve a su hermano en necesidad y le cierra las entrañas, ¿cómo morará en él el amor de Dios?» (1Jn 3,17). Las personas en situación de pobreza están a nuestro alrededor. Solo hay que abrir los ojos para verlas.
Estas personas siempre nos interrogan y cuestionan, de alguna forma siempre están ahí para que nos enfrentemos a una pregunta: ¿Mis actos son coherentes con mi fe? Y como comunidad cristiana estamos llamados a involucrarnos, a vivir la pobreza evangélica en primera persona, en primera línea, como ha dicho el papa Francisco en su Mensaje para la IV Jornada Mundial de los pobres:
«Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quien está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.
Foto por Tom Parsons en Unsplash
Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano (…)».
Foto por Muhammad Muzamil en Unsplash
personas (España) que serán arrojados a la pobreza a causa de la pandemia según el informe de Intermón Oxfam
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Probabilidad de perder el empleo por parte de la población migrante en relación con la población de nacionalidad española
Y ese «entrenamiento» bebe directamente en la oración a Dios. La oración y la solidaridad con el que sufre van a la par, nadie da de lo que no tiene. El papa Francisco lo expresa con estas palabras: «El tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres». Por último, recordémonos unos a otros que toda persona, incluso la más despreciada, lleva en sí misma, impresa a fuego la imagen de Dios, así, practiquemos la acogida como forma de encontrarnos con el Señor de nuestra historia.