VIVIR COMO

RESUCITADOS

Mons. Raúl Bersoza, obispo emérito de Ciudad Rodrigo

No podemos ver la existencia, pensar la existencia,
sentir la existencia, hacer en nuestra existencia
como si Jesucristo no hubiera resucitado

El profesor retó a sus alumnos con esta pregunta: «¿Existe Dios?… Y, si existe, ¿Dios creó todo lo que existe?». «Sí», respondieron algunos alumnos.

Entonces, replicó el profesor desafiante: «Si Dios creó todo, entonces creó también el mal, porque el mal existe; en tal caso, tenemos que concluir que Dios no es tan bueno».

Durante unos segundos, la clase se envolvió en silencio, hasta que un estudiante levantó la mano: «Señor profesor, perdone que le haga esta pregunta: ¿Existe el frío?». «Por supuesto –contestó el profesor–, ¿acaso usted no lo experimenta?».

El alumno respondió con voz clara y firme: «Siento decirle, con todo respeto, que el frío no existe. Según las leyes de la física, que usted nos ha enseñado, lo que consideramos frío es simplemente la ausencia de calor. Lo que existe verdaderamente es la energía. El frío es la ausencia absoluta de calor producido por la energía. El frío es un término para describir cuándo no existe calor».

El alumno volvió a intervenir: «¿Existe la oscuridad?… La oscuridad no existe. Es simplemente la ausencia de luz. Incluso el prisma de Nichols descompone la luz blanca en los colores que la componen, con sus diversas longitudes de onda. La oscuridad depende de la cantidad de luz que exista. “Oscuridad”, como “frío”, es un término para explicar la falta de luz».

Por último, el alumno preguntó: «¿Existe el mal? El mal no existe o, al menos, no existe por sí mismo. Es la ausencia del bien. Es también un término para describir la ausencia del bien en todas sus modalidades: mal físico, mal moral, mal social… Porque existe el bien, el mal es el resultado de la falta de dicho bien, como el frío del calor o la oscuridad de la luz».

El profesor, admirado, preguntó al alumno cuál era su nombre. «Me llamo Albert Einstein, señor», respondió el alumno.

Esta anécdota, sea auténtica o no, nos sirve para subrayar que, para los cristianos, todo lo que vivimos en enfermedad y salud, en las alegrías y en los sufrimientos, en la vida y en la muerte, lo debemos vivir experimentando el Octavo Día, la Resurrección de Jesucristo.

No podemos ver, pensar, sentir la existencia, hacer en nuestra existencia como si Jesucristo no hubiera resucitado. Él, con su Misterio Pascual, de muerte y de vida, ha marcado un antes y un después en la historia de la humanidad y para cada uno de nosotros.

¡Qué razón llevaba Fernando Rielo cuando definía y resumía su propia vida como un «dolor de amor»! ¡Él había palpado una evidencia: «Me creaste con un beso y con ese mismo beso he de morir»! ¡Su experiencia es también la nuestra! A la luz de este metafísico y verdadero místico de nuestros días, redescubrimos el sentido de la creación como una verdadera obra de Amor de un Dios Trinitario. Y, ante la Bondad y Belleza de este Misterio Divino, no es verdad que el mal y el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, sean «ozeós», algo que ciega nuestra mente, ni un «ponerós», o el triunfo de la negatividad; ni que tengamos que esperar a un supuesto transhumanismo/posthumanismo para vencer todo mal, enfermedad y muerte. Ni siquiera tenemos que resignarnos y contentarnos con el razonamiento de que «el mundo es así, y de él tenemos que partir para dar razón y sentido al mal».

Cuatro peticiones del papa Francisco

El papa Francisco, en este momento histórico tan nuevo, nos pide una cuádruple misión, que es la misma del Señor Jesús: anunciar, como profetas libres y comprometidos, la Buena Noticia del sentido de nuestras vidas; alentar la comunión y la fraternidad humana universales, acompañando y promoviendo sobre todo a los más necesitados; ayudar a sanar y curar toda enfermedad, toda herida, toda vejación y maltrato, en personas y en pueblos, y expulsar todo lo que, personal y colectivamente, sean estructuras de opresión, de pecado, de violencia o de necrofilia.

¡Es tiempo de despertar, de anunciar, de comprometernos y de seguir afianzando las bases de lo que, ya desde el Vaticano II, el papa san Pablo VI venía reclamando: la nueva humanidad y la civilización del Amor y de la Vida! La Iglesia, en su visibilidad universal y local, tiene que ser anticipo y profecía de dicha nueva humanidad y civilización. El papa Francisco, como verdadero adelantado, está marcando las bases y señalando la brújula y la ruta.

¡Secundémosle, con la fuerza y la sabiduría del Espíritu! ¡Vivamos ya desde el Octavo Día, desde el arte de vivir como Resucitados! [Octavo Día es una expresión ya acuñada en teología para expresar la diferencia entre el cristianismo y el judaísmo (séptimo día) y los musulmanes (sexto día). Octavo Día es el día de la Resurrección, el gozo de vivir en el tiempo (kronos), pero más allá de él (kairós)].