Páginas evangélicas
Valemos más que los pájaros
Pedro Moreno (Cooperador Paulino nº 186, pp 28-29)
«Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan… y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?» (Mt 6,26)
La gran pregunta de la vida y en la vida
¿Qué es el hombre?, ¿qué significa vivir nuestra condición de hombres?, ¿qué valor tiene el hombre y su vida? Preguntas de ayer y de hoy. Preguntas de siempre y que siempre serán.
Dice la Escritura: «Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá?». ¿Quién entenderá el misterio del ser humano en toda su grandeza y complejidad, en lo que lleva aparejado de luces y sombras, de grandeza y de miseria?
A este misterio, casi insondable, que es el hombre nos queremos asomar, aunque muy someramente, en estas pocas líneas de hoy. La pregunta, como decimos, es vieja y nueva, de ayer y de hoy.
«¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?», se preguntaba el autor del salmo 8, hace ya muchos siglos. «¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía?», se ha seguido preguntado el concilio Vaticano II, en nuestros días.
Somos hombres, de carne y hueso, creados por Dios a su imagen y semejanza y con vocación de plenitud y felicidad.
¿Qué es el hombre?, ¿quién puede entender el corazón humano?, ¿qué vale o significa la vida humana? El bien o el mal, la luz o la sombra, ¿qué nos define, realmente?
Foto por Lachlan Dempsey en Unsplash
Los desequilibrios del mundo. El desequilibro del corazón humano
Dice el Vaticano II con todo el acierto del mundo: «En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad» (GS 10).
Profética la expresión del concilio cuando denuncia los «desequilibrios que fatigan el mundo moderno» (que fatigan a nuestras sociedades y a nuestra convivencia de cada día). ¡Cuántos…! En el mundo personal o familiar, en los ámbitos nacionales o internacionales. ¡Cuántos desequilibrios y cuánta fatiga! ¡Cuántos desequilibrios y cuánto dolor a su paso!
Y todos esos desequilibrios conectados con ese otro desequilibrio, el radical y más hondo, que hunde sus raíces en el corazón humano, en cada uno de los corazones de los hombres.
Podemos y debemos concluir que valemos y valemos mucho; valemos mucho más que los pájaros del cielo y los lirios de la tierra.
El Concilio Vaticano II. Foto por vaticannews.va
El hombre, a la vez, sediento de plenitud y vida superior
Junto a las sombras está también la luz. El hombre aparece, al mismo tiempo, como un ser capaz de lo bueno y lo bello (capax Dei, decían los clásicos), con vocación a una vida superior y de plenitud. Valga esta cita, una sola, para justificar lo que venimos diciendo: «Ni bípedos sin plumas, que decía el filósofo, ni tampoco ángeles del cielo o “dioses” de nosotros mismos. Somos hombres, de carne y hueso, creados por Dios a su imagen y semejanza y con vocación de plenitud y felicidad. ¡Ni más ni menos! Llevamos semillas de límite y contingencia y, a la vez, de infinitud y eternidad. Misterio insondable y de gran valor por los cuatro costados que lo queramos considerar».
Conclusión: Valemos más que los pájaros
Llegados a este punto de nuestras reflexiones sobre el que yo llamaría «sagrado misterio» del hombre, podemos y debemos concluir que valemos y valemos mucho; valemos mucho más que los pájaros del cielo y los lirios de la tierra, por seguir evocando el Evangelio de san Mateo que hemos citado al principio. Valemos infinitamente más. Somos nuestra propia pasión y grandeza
¡Loado seas, mi Señor, por el hombre, por cada hombre comprado a precio de tu sangre! ¡Loado seas, mi Señor…!