LA LITURGIA… ¡CUESTIÓN DE SENTIDOS!
Lino Emilio Díez Valladares, SSS (Cooperador Paulino nº 186, pp 9-11)
La liturgia es a menudo una materia sensible,
capaz de provocar acaloradas discusiones.
Pero es «sensible» también porque afecta a nuestros «sentidos»: «Gustad y ved».
La bondad del Señor no es solo una idea abstracta. La expresión del Salmo 33,9 nos invita a vivir la experiencia: «Gustad y ved qué bueno es el Señor». En una celebración, todos nuestros sentidos han de estar en vela: ¡estamos llamados a escuchar, ver, oler, tocar y gustar! Es toda nuestra persona la que ha de responder a la llamada del Señor. También nuestro cuerpo se abre a la iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro y, con nuestro corazón, manifiesta nuestra respuesta, nuestro agradecimiento. Es todo nuestro ser, cuerpo y alma, el que está llamado a orar y a unirse a la asamblea para formar un cuerpo con ella. La asamblea, orando con todo su ser, puede dejarse transformar por el Espíritu que hace de ella la Iglesia de Cristo.
Orar «con todo mi ser»: todo el cuerpo ora
Nuestras celebraciones son con frecuencia demasiado «cerebrales», cuando la liturgia es cuestión de sentidos, de signos, de símbolos. Por timidez, rigidez o desconocimiento de su naturaleza, tenemos, en este campo, un gran retraso a superar.
Nuestros hermanos de África han sabido, mejor que nosotros, europeos, mantener una expresión vivaz de su fe, de su alabanza. Oran con todo su ser, incluidas la música y la danza. Su acción de gracias se traduce espontáneamente mediante actitudes y movimientos del cuerpo que expresan su gozo, su confianza, su súplica. Definitivamente, la liturgia pasa por el cuerpo.
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La liturgia, materia «sensible»
La liturgia es a menudo una materia sensible, capaz de provocar acaloradas discusiones. Pero es «sensible» también porque afecta a nuestros «sentidos». Y la experiencia lo dice: «durante tal celebración nos impresionó la buena sonorización de la iglesia -es agradable oír bien-, la adecuada iluminación, la calidad de los cantos»; o bien, al contrario, nos hemos podido sentir a disgusto un día por el exceso de incienso, o porque hemos sentido que las hostias del tabernáculo no eran demasiado recientes, o quizá nos hemos emocionado con la dulce compasión de un sacerdote al administrar el sacramento de los enfermos. Sí, la liturgia pasa a través de nuestra sensibilidad. Oído, vista, olfato, gusto y tacto son mediaciones a través de las cuales Dios nos alcanza: ya en el siglo XIII, el gran santo Tomás de Aquino explicaba que es a través de lo «sensible» como llegamos a lo «inteligible».
Las mediaciones sensibles prolongan las palabras y los gestos salvíficos del mismo Jesús: a lo largo de los evangelios le vemos hablar, predicar, encontrase con los enfermos y tocarles para curarlos, o también extender su mano para manifestar su poder sobre los espíritus malignos o los elementos de la naturaleza. Del mismo modo, en la Iglesia su Palabra es proclamada y sus gestos renovados.
Los practicantes ocasionales, por otro lado, nos interpelan. A quienes quisieran recuperar el camino de la Iglesia, ¿qué les dejamos ver en nuestras celebraciones? Un visitante de paso que entra en una iglesia durante una celebración, ¿se sentirá «tocado» por la belleza del espacio, el perfume del santo Crisma o del incienso, la frescura del agua viva, la armonía de las voces, la verdad de los gestos, la calidad del silencio, la comunión de los corazones?
Nuestras celebraciones son frecuentemente demasiado “cerebrales”, cuando la liturgia es cuestión de sentidos, de signos, de símbolos.
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La liturgia y sus símbolos
Dado que ella nos une a Cristo resucitado, la liturgia es simbólica. Pone en juego todo nuestro ser y tomando elementos materiales que asumen un nuevo significado. Así, mediante los gestos y actitudes del cuerpo participamos en la celebración. Pero también por la calidad de nuestra presencia en el misterio celebrado, de nuestro silencio, de nuestro canto, mediante nuestro modo de adherirnos a las plegarias, etc. El color litúrgico dice enseguida a nuestra vista, y por tanto a nuestro corazón, en qué tiempo litúrgico estamos, y qué aspecto del misterio de Cristo es celebrado particularmente. La Palabra es proclamada en nombre del mismo Señor. Gestos fuertes, realizados en su nombre, tienen fuerza profética: por ejemplo, el gesto de la paz, prefigurando el Reino. Partir el pan, en memoria del Señor, es proclamar su muerte y su resurrección hasta que él vuelva: es importante, entonces, dar a estos gestos toda su fuerza. Y, por ejemplo, imitando al Resucitado (Lc 24,30-31), el de partir bien el único pan que hace de nosotros su Cuerpo (1Cor 10,17).
La liturgia es llena de símbolos. Foto por Agustín María, ssp
Nacidos para formar un solo Cuerpo
El primado de la sensibilidad en la liturgia, dado que la celebración se dirige a nuestros cinco sentidos, excluye cualquier forma de replegarse en sí mismo: la liturgia es comunitaria, debe manifestar a la Iglesia, es decir la asamblea de todos los que responden a la llamada de su Señor. El verdadero desafío consiste por tanto en tocar el corazón de cada uno, de manera que se ponga verdaderamente en relación con el Señor, para fortalecer la comunión con sus hermanos: Cristo hace nuestra unidad. La participación de todos y cada uno es indispensable.
San Pablo desarrolló largamente cómo cada miembro enriquece el Cuerpo entero: bautizados en el mismo Espíritu, formamos «un solo Cuerpo» (1Cor 12,13) rico con los dones de cada uno. Y es este Cuerpo, la Iglesia, quien celebra a su Señor, acogiendo el don de su Palabra y de su Pan.
Si, de entrada, nacemos hermanos los unos de los otros en Jesucristo, celebrar debe permitirnos «hacer cuerpo», ser cuerpo, ser comunidad, es decir orar juntos, al mismo ritmo, etc. Preparar una celebración supondrá ponerse realmente al servicio de este «cuerpo», querer favorecer el bienestar y la oración de todos.
El primado de la sensibilidad en la liturgia, dado que la celebración se dirige a nuestros cinco sentidos, excluye cualquier forma de replegarse en sí mismo.
Participar mediante los sentidos
Ser cuerpo en oración, llegar a ser Cuerpo de Cristo, supone en efecto cuidar especialmente todo lo que, litúrgicamente, se refiere a los sentidos. Así, los gestos que consisten en mostrar (vista: que todos vean, para ver y participar): elevación del Evangeliario, elevación de la hostia y el cáliz. Los momentos de proclamación de la Palabra o de dirigir la oración al Señor (oído: que todos oigan bien). Las raras ocasiones de tocar han de cuidarse también: cuando el ministro se toma el tiempo de hacer bien una unción o una imposición de manos, ¿la persona implicada y toda la asamblea no se conmueven? Sin duda, el olfato tiene que entrar más en juego: san Pablo nos exhorta a «llevar el buen olor de Cristo», y es deseable sentirlo juntos previamente.
Orar con todo mi ser. Foto por Agustín María, ssp
¿Conocemos bien el santo Crisma que el Obispo prepara y consagra durante la misa crismal? Por otro lado, el incienso que utilizamos, ¿tiene calidad?, ¿se percibe bien su utilización -sin abusar- como significativa para todos? Nos queda la cuestión del «gusto», en particular la elección del pan y el vino para la Eucaristía: “el pan para la celebración de la Eucaristía debe ser exclusivamente de trigo, confeccionado recientemente y, según una antigua tradición de la Iglesia latina, ázimo” (OGMR 320); “el vino para la celebración eucarística debe ser «del fruto de la vid» (cf. Lc 22, 18), es decir, vino natural y puro, sin mezcla de sustancias extrañas” (OGMR 322). Y conseguir que la comunión al cáliz no sea excepcional…
De este modo, si todos experimentan y sienten las mismas emociones litúrgicas (mismo eco de la Palabra, mismo soplo de la belleza, mismo entusiasmo de la voz que elevan a Dios…), forman uno en aquel que les dona su vida.