Llamados a evangelizar
Yolanda Muñoz EstepaJesús, desde el primer momento, tiene conciencia de su misión. En Lc 4,14-21 dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».
«Enviado a evangelizar», a llevar el Evangelio, la Buena Noticia. Y así lo pide también a sus discípulos, a los Once después de su resurrección: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Y en ellos, por la apostolicidad de la Iglesia, de la que somos miembros, todos somos llamados a evangelizar.
Hablar de llamada es hablar de vocación, del latín vocare. Se trata de una llamada de Dios al interior del ser humano, «imagen y semejanza de Dios» (Gén 1,26). Ahí radica la grandeza del hombre, al que Dios ama tanto, que no prescinde de él, sino que lo llama, a pesar de su debilidad, a evangelizar, a trasmitir a los demás, con su vida y sus palabras el Evangelio de Cristo. Si no tenemos el Evangelio en las manos y en el corazón, de nada valen las palabras. Es el ejemplo lo que arrastra, da testimonio, contagia.
Decía el P. Alberione, que «la oración es el alma del apostolado, y un apostolado que carezca de alma está muerto, no aporta nada a la vida de quien lo realiza ni podrá comunicarla. Es Dios quien os manda al apostolado, y Dios os da la gracia» (1961: Sdc, 364).
Oración y eucaristía deben ser dos pilares fundamentales de nuestra jornada como evangelizadores, pero al P. Alberione, le preocupa algo más y dice: «Para una buena preparación al apostolado se requiere meditación profunda, oración profunda, estudio intenso. De otro modo, quien está vacío ¿qué va a decir?» (1952: Rsp, 26).
Muchas veces, en nuestra tarea evangelizadora, caemos en la rutina, creemos conocer el evangelio y nos aventuramos a decir lo primero que nos pasa por la mente. Sin embargo, Santiago Alberione, nos hace caer en la cuenta de nuestra primera y principal tarea antes de evangelizar: la meditación, la oración y el estudio. Yo, siguiendo al Apóstol, me atrevería a añadir algo más: el amor. Si nos falta el amor, ¿de qué nos sirve? (cf. 1Cor 13). Solo desde el amor podemos escuchar el amor de Dios que nos susurra en nuestro interior.
El cristiano es un apóstol que debe llevar «a Dios en su propia alma y lo irradia a su alrededor […]. Hay que vivir de Dios y dar a Dios» (1960: UPS IV, 277). El evangelizador, ha de ser reflejo del amor de Dios, del amor que se da en el seno de la Trinidad; ha de llevar al mundo a Cristo, el Divino Maestro, que es Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6), según nuestro carisma propio, el don del Espíritu que recibió el P. Alberione, con los instrumentos de la comunicación social, y teniendo a san Pablo, apóstol, y a María Reina de los Apóstoles, como modelos de evangelización.