FAMILIA CRISTIANA

Llamados a recibir, acoger y bendecir
Victoria Luque

¿Es posible vivir la familia como un don? ¿Es posible la fidelidad entre los esposos, la comunión, el respeto, el amor a los hijos y la entrega incondicional a cada uno de los miembros de la familia?

Todos tenemos experiencia, a nuestro alrededor, de familias destruidas, padres divorciados, hijos sufrientes, caos, destrucción, soledad. Sin embargo, habría que acudir al profeta Baruc para buscar el origen de tanto desconcierto:

«¿Por qué, Israel, vives en país enemigo,
has envejecido en país extraño,
te has contaminado con los muertos
y te cuentan entre los habitantes del abismo?
¡Porque abandonaste la fuente de la sabiduría!
Si hubieras seguido por el camino de Dios,
vivirías en paz para siempre.
Aprende dónde está la sensatez,
dónde la fuerza
dónde la inteligencia para aprender, 
aún más,
dónde la larga vida,
dónde la luz de los ojos y la paz»
(Baruc 3,10-14).

¿Cuál es el secreto, entonces, para vivir la belleza de la familia según Dios? Pues no hay otro que el amor y la unidad. Sabiendo perdonar y amar. No llevando cuentas del mal… renunciando a uno mismo en favor del otro/a. Indispensable, vivir la fe en comunidad, siendo Iglesia. Intensificar la oración y la participación en los sacramentos. Muy fácil decirlo, pensará alguno. Sí, no es fácil si se cuentan con las propias fuerzas. Hay que apoyarse en Jesucristo, él nos lo dijo bien claro: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). El Señor reconstruirá lo destruido, y fortalecerá al que ya se dobla. ¡Ánimo!

En este sentido, nos recuerda el arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, que la misión de la familia cristiana ha de realizarse «desde la conversión» y desde la alegría del corazón, nada hay más contagioso que la alegría que nace del amor de Dios: «Ánimo, queridos hermanos y hermanas: sed valientes familias; vivid lo que tenéis. Tenéis el amor de Jesucristo que os hace vivir en una entrega incondicional, en el perdón, en el servicio, en la fidelidad. Regalad lo que tenéis, lo que os ha dado el Señor. Sed valientes y audaces en este momento, precisamente, donde hace falta valentía y audacia para entregar lo que vale y merece la pena: el amor mismo de Jesucristo, la alegría del evangelio. Haced que permanezca la fiesta, que solamente permanece si hay presencia de Dios en este mundo, si hay rostro de Jesucristo en esta tierra. Y esa fiesta la podéis ofrecer las familias cristianas».

Hay que dar la vida, queridos. La gran apostasía de este siglo ha venido porque los que nos llamamos cristianos no hemos sabido transmitir (o no hemos vivido coherentemente) la fe que se nos ha regalado. Seamos testigos con nuestra vida y con nuestras palabras; decía Pablo VI en Evangelii nuntiandi, 41 que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, y si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio».

En el inicio mismo de la Iglesia, era la iglesia doméstica la gran catequista de toda la familia. Esto hay que recuperarlo. Por otro lado, urge cuidar con especial delicadeza la caridad fraterna, cada persona ha de sentirse única y especial, querida y amada por Dios profundamente. Las de dentro, y también las de fuera, esa es nuestra misión como familia. Recibir, acoger y bendecir; dar a conocer y experimentar que el ser humano es amado por Dios.

Cooperador Paulino


diciembre 2019
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