Las vidas del papa san Pablo VI, canonizado el pasado 14 de octubre, y del beato Santiago Alberione, Fundador de la Familia Paulina, beatificado el 27 de abril del año 2003, se entrecruzaron muchas veces, y ellos expresaron a menudo su mutua admiración y aprecio.
En efecto, si quisiéramos unir la historia de la Familia Paulina a un Papa, este debe debería ser san Pablo VI. No solo porque eligió el nombre de Pablo, el Apóstol, sino porque su vida y la del padre Alberione caminaron en la misma línea.
Los dos son contemporáneos, son italianos y tuvieron una preocupación doble: el ser humano (que llevará a Pablo VI a firmar la encíclica Humanae vitae, que tantos sufrimientos le proporcionó, dentro y fuera de la Iglesia) y el Evangelio de Cristo.
Pablo VI, como decía el papa Francisco en la homilía que pronunció el día de su canonización, «gastó su vida por el Evangelio de Cristo». Se encontró con la herencia de reanudar un concilio no concluido, y del que él mismo decía en su discurso programático: «Esta será la obra principal a la que queremos consagrar todas las energías que el Señor nos ha dado para que la Iglesia católica, que brilla en el mundo como el estandarte levantado sobre todas las naciones lejanas, pueda atraer hacia ella a todos los hombres por la majestad de su organismo, por la juventud de su espíritu, por la renovación de sus estructuras, por la multiplicidad de sus fuerzas, de modo que vengan ex omni tribu et lingua et populo et natione» (Primer mensaje, 22 de junio de 1963).
El papa Montini tenía muy claro que la preocupación por los cristianos, por los católicos, era una pequeña parte de su tarea como pastor de la Iglesia. No se ocupa solo de un grupo reducido, sino de todos los hombres, porque quiere hacer llegar el Evangelio de Cristo, también, a los que no creen. Así expresa en su primera encíclica Ecclesiam suam la importancia de que sociedad e Iglesia «se encuentren, se conozcan y se amen»; pues la Iglesia ha de ser «sacramento de unidad» (Paterna cum benevolentia, 14-17) por el Espíritu. Dentro del acompañamiento vocacional, el Proyecto Personal de Vida nos ayudará a clarificar una serie de aspectos personales que son imprescindibles en el discernimiento vocacional.
Mas hoy siguen resonando como actuales, las palabras que el Pontífice dirigía a todos con motivo de la Pascua en la mañana del día 29 de marzo de 1964: «Quizá alguno de vosotros tiene ideas inexactas y hasta repugnantes de la religión; quizá vuestra idea de la fe esté completamente errada, creyendo que la fe religiosa ofende a la inteligencia, detiene el progreso, humilla al hombre y llena su vida de tristeza». Esta es la realidad con la que nos topamos cada día los cristianos, en nuestra tarea evangelizadora y con la que topó también Santiago Alberione y que le llevará a comprender, en la Nochevieja del año 1900, que Dios le pide «hacer algo por los hombres del nuevo siglo» (AD, 13-20).
Ante la realidad social y religiosa-espiritual que vivieron Santiago Alberione o san Pablo VI y la que vivimos nosotros, la Iglesia tuvo y tiene que dar respuesta. Se impone la necesidad de formación y, por consiguiente, se hace necesario el amor al estudio; un estudio que mana de la oración y torna a hacerse oración, pues hay que darle «a la oración el primerísimo puesto» (1960: UPS II, 9). Alberione tenía asumido e interiorizado que «el mundo, la Iglesia, las personas tienen inmensa necesidad de Dios: la oración lo alcanza» (1935: CISP, 29).
Para la Familia Paulina, porque así lo quiso su Fundador, el apostolado es «dar a la humanidad la salvación, o sea, Jesucristo camino-verdad-vida» (1957: CISP, 165), con quien se inicia la comunicación perfecta entre Dios y los hombres.
Será, precisamente, a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando los medios de comunicación social se abran paso en nuestra sociedad. «Ellos ofrecen la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de la palabra de Dios, haciendo llegar la Buena Nueva a millones de personas» (EN, 45), aunque, a su vez, «plantean a nuestro tiempo problemas tan graves, que llegan a influir no sólo en la cultura, en la civilización y en la moralidad pública, sino también en la religión» (In fructibus multis, 2).
Parece ser que no hay nada nuevo bajo el sol. Hoy día nos quejamos de cómo los medios de comunicación social y los avances tecnológicos minan nuestras relaciones personales y la atención de jóvenes y adultos en clases, reuniones, vida familiar, etc. A nosotros, nos toca realizar un nuevo apostolado empleando todos los medios a nuestro alcance. Como decía el P. Alberione, nuestra principal tarea ahora es «crear una mentalidad nueva en la sociedad; lo cual implica marcar una huella, una nueva orientación» (1958: A, 557).