Juan Carlos Merino: «La pastoral vocacional es uno de los termómetros de fecundidad de la vida cristiana».

Enric Puiggrós: «En el acompañamiento vocacional, tengo la sensación de pisar tierra sagrada, de estar continuamente delante de algo que trasciende».

Cómo acompañar a los jóvenes en su camino de fe y en su encuentro personal con Jesucristo, ha sido el leif motiv de la XXIV Asamblea General de la CONFER, celebrada en Madrid del 13 al 15 de noviembre pasado.

Bajo el título «La vida consagrada ante el Sínodo sobre los jóvenes», los responsables de las distintas entidades pastorales relacionadas con la juventud, así como animadores vocacionales de toda España se han dado cita para compartir con la Asamblea de Superiores Mayores inquietudes, expectativas y esperanzas. El encuentro lo abrió Mons. Renzo Fratini, nuncio apostólico para España, quien animó a los consagrados allí presentes a «no tener miedo al Espíritu cuando os pida arriesgar y huir de la auto-referencialidad». Así mismo, les pidió que no se cansaran de ayudar a los jóvenes, porque «Francisco desea llevar a los jóvenes el gozo de saber responder al plan de Dios».

Por su parte, la presidenta de CONFER, Mª Rosario Ríos, señaló su deseo de que este encuentro «nos ayude a ser referencias cercanas, creíbles y coherentes para los jóvenes porque ellos nos necesitan», y la vida consagrada «tiene que ser compañera de camino, como Jesús». En esta ceremonia de apertura también intervino el presidente de la Comisión Episcopal de Vida Consagrada, Mons. Jesús Catalá, quien recalcó la dicha de servir al Señor; «somos unos mimados del Señor», dijo, pues «por eso es bueno que transmitamos nuestra alegría, que los jóvenes nos vean contentos y satisfechos con nuestra vida».

Cultura vocacional

«No se puede hacer pastoral vocacional si no se genera una cultura vocacional en lo que hacemos y en lo que somos, si no se parte de la gran vocación a la vida divina en el bautismo».

Sería muy complicado en este breve artículo hacer una exposición exhaustiva de todo lo tratado en dicho encuentro, sin embargo, sí es conveniente resaltar algunas intervenciones que podrían acercarnos a la realidad de los jóvenes y su vocación. Así, el delegado de pastoral vocacional de Madrid, don Juan Carlos Merino, señaló que un fruto del Concilio Vaticano II ha sido el partir del don de la vida como vocación: «No se puede hacer pastoral vocacional si no se genera una cultura vocacional en lo que hacemos y en lo que somos, si no se parte de la gran vocación a la vida divina en el bautismo». Añadió que tanto la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, o la vocación al matrimonio parten de esa vida bautismal: «todos, -indicó- debemos ser responsables de estas vocaciones y de esta forma se expresa lo que es la Iglesia».

En concreto, refiriéndose ya a la vida consagrada, don Juan Carlos Merino señaló: «A mi modo de ver, desde la diócesis, debemos partir de una amplitud de miras, reconociendo la belleza de la vida consagrada, para poder hacer pastoral vocacional en la que también se inserte la vida consagrada, no valorándola solo por su funcionalismo, sino por el don carismático, profético, que la vida consagrada tiene. Sin vida consagrada, la Iglesia no sería lo que Cristo quiere que sea la Iglesia. Hay que seguir caminando con distintos encuentros para que la estima y el conocimiento mutuo entre la diócesis y la vida consagrada sea cada vez más real. La responsabilidad de la pastoral vocacional es hacia todas las vocaciones. La diócesis está llamada a fomentar todas las vocaciones, también las de la vida consagrada».

Riesgos de la Pastoral vocacional

Por su parte, Enric Puiggrós, SJ, tomando como apoyo el documento Nuevas Vocaciones, así como el de la preparación del Sínodo, indicó que existe una íntima conexión entre la promoción de la fe y el proceso que se deriva de ella: «Cuando alguien hace una experiencia de fe, se abre un proceso de conocimiento del Señor, de conocimiento del mundo…, porque creemos en un Dios encarnado en la historia, tenemos que ayudar a que el joven lea su historia en clave de historia de salvación». Y a continuación señaló dos extremos a los que no ha de llegar la pastoral vocacional: «hemos de liberarnos de una pastoral reducida a actividades que son excusa para pillar –permitidme la expresión–, es decir, corremos el riesgo –al unir demasiado la pastoral juvenil con la pastoral vocacional– de instrumentalizar dicha pastoral».

El otro riesgo al que aludió Enric Puiggrós fue el de realizar una pastoral sin horizonte: «Esta sería una pastoral centrada en entretener al personal, en el sentido de que el principal objetivo sea que se apunten a la siguiente actividad; no dedicando tiempo a hacer algo más profundo y cualitativo con el joven. No se trata de celebrar siete eucaristías, sino de qué ha vivido el chaval en esas siete eucaristías. Es decir, hay que huir de una pastoral que no dé horizonte, que no genere procesos. Por eso decía que promover la fe no se puede desligar del proceso que se desencadena a continuación».

Por otro lado, este jesuita versado en acompañar a los jóvenes en el discernimiento de su vocación, señaló que «tampoco la pastoral juvenil debe estar desconectada de lo vocacional; a veces, en algunos países, el promotor vocacional no tiene entrada en el circuito de pastoral juvenil, y yo creo que las pastorales pueden trabajar en común en unos lugares más que en otros, pero hay una posible combinación y articulación de ambas pastorales. Es decir, hay nuevas formas de presencia pastoral que hay que contemplar».

Por último, mostró ante la Asamblea una certeza: «tengo la convicción de que la promoción vocacional –no solo para la vida consagrada, no solo para el sacerdocio o vida religiosa– es

«La verdadera novedad que un religioso puede ofrecer a los jóvenes de hoy consiste en vivir su consagración hasta el fondo, quizás la responsabilidad que tenemos con las generaciones venideras no sea la de abrirles caminos nuevos y mejores, sino la de recorrer hasta el final la senda que el Señor nos ha abierto a nosotros junto a él».

un campo cada vez más fuerte para la misión compartida. Es decir, el consagrado no es el único capaz de poder acompañar y desvelar procesos vocacionales, es signo de los tiempos que en nuestros colaboradores no consagrados podamos encontrar personas que tengan carisma para acompañar procesos vocacionales. No cualquier consagrado, por el hecho de serlo, acompaña bien vocaciones».

«¿Qué buscáis?»

Una de las intervenciones del Encuentro corrió a cargo de Adrián de Prado, CMF, joven religioso que, entre otras cosas, expresó la necesidad de habitar el espacio de la propia consagración: «La verdadera novedad que un religioso puede ofrecer a los jóvenes de hoy consiste en vivir su consagración hasta el fondo, quizás la responsabilidad que tenemos con las generaciones venideras no sea la de abrirles caminos nuevos y mejores, sino la de recorrer hasta el final la senda que el Señor nos ha abierto a nosotros junto a él».

Este consagrado, basándose en la figura de Juan el bautista, continúa: «En verdad, la vida religiosa señala firmemente a Cristo, y no tiene por qué aspirar a ser otra cosa que el dedo de Juan. Tampoco para los jóvenes… a veces nos asalta la tentación de volver el dedo hacia nuestras comunidades, de indicarnos a nosotros mismos como camino o ejemplo o posibilidad de vida, y creemos equivocadamente que cuanto mejores seamos, más vocaciones vendrán a nuestras casas. Creo que en esto somos, a partes iguales, ingenuos y pretenciosos. Los religiosos no somos más atractivos por ser más coherentes, ni tenemos que empeñarnos en ello por este motivo, hemos de tratar de ser coherentes, claro, pero por fidelidad a la llamada, porque si no, no seremos felices ni fecundos.

Ahora bien, el único atractivo de verdad es siempre Dios mismo, y hemos de tener confianza en que lo seguirá siendo para cuantos se dejen afectar por su llamada. Nosotros, como mucho, podremos llegar a convertirnos en el dedo que lo señala. Dicho sencillamente, la vida religiosa no tiene que pretender mostrarse ante el mundo como la realización consumada de la fe en Cristo, sino que ya es, por su propia identidad, un signo vivo para el mundo del Cristo de la fe».