¡Qué noche tan bella,
noche misteriosa,
con la blanca Luna
y el Sol en la cuna!
Gloria al que ha nacido
como un pobre en un pesebre.
Gloria al recién nacido
envuelto en vino y pan.
A. Alcalde, CD Navidad es tu hogar,
SAN PABLO, Madrid 2007
El tiempo de Navidad es un tiempo breve en su duración, pero pletórico de festividades. Comprende desde las I Vísperas de la Natividad del Señor, el 24 de diciembre, hasta las II Vísperas del domingo en que se celebra el Bautismo del Señor. Es el tiempo en que se da cumplimiento a las promesas del Adviento.
Tiempo de misterio y luz, de vida y paz
La Noche de la Navidad se viste cada año de misterio y luz, de vida y paz, de cantos y alegría desbordante.
La aurora anuncia el nuevo día y la tierra pasa de las tinieblas a la luz, como la noche de Pascua de Resurrección, y se eleva al cielo la plegaria matutina de alabanza y súplica al Dios Creador por medio de su Hijo Jesucristo y en el impulso del Espíritu Santo.
Orar en Navidad
Al orar en Navidad no estamos solos. En nosotros y con nosotros ora toda la Iglesia. Jesucristo, en cuanto Cabeza de su cuerpo, ora en nosotros e intercede por nosotros. Como dice san Agustín: «Jesús ora por nosotros como Sacerdote nuestro, como Cabeza nuestra, y nosotros oramos a él como nuestro Dios. Reconozcamos en él nuestra voz y su voz en nosotros» (San Agustín, Enarr., Sal 85,1). Cabeza y miembros formamos una unidad, y del Cuerpo íntegro se eleva a Dios la alabanza, la bendición, la adoración y la acción de gracias.
El tiempo de Navidad ofrece muchas oportunidades pastorales para la contemplación del misterio de Dios hecho hombre y nacido de la Santísima María Virgen, pues el que es belleza y claridad nace de Madre virginal; de su santo seno maternal, precioso fruto se nos da. La piedad popular es rica, abundante y expresiva en pesebres o belenes, en villancicos y cantos. Alegre el corazón, adoremos al Dios Niño con cánticos de amor.
El misterio de la Navidad consiste en el intercambio de la divinidad que se humaniza y la humanidad que se diviniza en la persona de Jesús que es, a la vez, Dios y hombre. «Por él, hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos», proclama el Prefacio III de Navidad.
Navidad: canto a la vida
Navidad es un canto a la vida. El que es la Vida nace para dar vida al ser humano muerto por el pecado. Cada año, la Navidad nos recuerda que el hombre es un ser para la vida en Cristo, no para la muerte. La cultura de la muerte nos rodea: guerras, asesinatos, hambre, miseria; también forman parte de la cultura de la muerte el egoísmo, el odio, el desprecio, la marginación social, etc. Quizá nos acostumbramos a esta cultura y cerramos los ojos para permanecer en las tinieblas y en las sombras de muerte. Navidad canta a la Vida, comunica vida y transmite paz y alegría a todos aquellos que están abiertos al misterio de Dios hecho Niño en la gruta de Belén, donde, al filo de la medianoche, «un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos» (Antífona de entrada. Domingo II después de Navidad). La oración colecta de la Misa de medianoche reza así:
Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo,
la luz verdadera, concédenos gozar en el cielo del esplendor de su gloria
a los que hemos experimentado la claridad de su presencia en la tierra.
Que el gozo de la Navidad nos lleve a todos a cantar, Aleluya, Aleluya. Porque él asume nuestra humanidad, el pecado y la maldad. Pues «hoy mueren todos los odios y renacen ternuras. Hermanos, cantad conmigo: Gloria a Dios en las alturas»
(Himno Litúrgico de Laudes de Navidad).
Qué cantamos en Navidad
En Navidad cantamos el Misterio de Dios hecho hombre por nosotros. Por tanto, las Eucaristías de este tiempo no se pueden reducir a meras pastoradas. Debemos cantar algo más que villancicos. Éstos encontrarán su momento en la Eucaristía, pero no sustituirán ni al Salmo ni a los cantos del Ordinario.
¿Qué cantan los textos de la liturgia?
En los textos de la Liturgia de Navidad se repite muchísimas veces la palabra clave: «Hoy», que le da actualidad palpitante del «ahora, aquí, para nosotros».
- «Hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos salvará» (Ex 16, 6-7).
- «Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Sal 95, 1-2).
- «Hoy ha nacido Jesucristo, hoy ha aparecido el Salvador; hoy en la tierra cantan los ángeles, se alegran los arcángeles; hoy saltan de gozo los justos, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo» (II Vísperas, antífona del Magnificat).
Los textos en Navidad nos hablan de una alegría desbordante, de contemplar la victoria de nuestro Dios, de aclamad al Señor tierra entera, de «alégrese el cielo y goce la tierra, retumbe el mar y cuanto contiene»; el cielo y la tierra se unen; Dios baja a la tierra y el hombre sube junto a Dios… etc.
Esta alegría desbordante de la Navidad que alcanza a todos, al santo, al pecador, al gentil, al triste…, nos la plasma san León Magno en este hermoso texto del sermón 21: «Nuestro Salvador ha nacido hoy; alegrémonos. Pues no está bien dar lugar a la tristeza cuando nace la vida. Esa vida que, disipado el temor de la muerte, nos trae el gozo de la eternidad prometida.
Nadie queda excluido de participar en esta alegría. Para todos, el motivo de alegría es el mismo, puesto que nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, así como no halló a ninguno libre de culpa, así tampoco excluye a ninguno de la liberación.
Exulte el santo, porque se aproxima a la palma; alégrese el pecador porque es invitado al perdón; anímese el gentil porque es llamado a la vida»2.
El canto de los «Villancicos»
El tiempo de la Navidad es un tiempo muy querido y entrañable para la Iglesia y para la piedad popular, que lo ha expresado, no sólo en la rica imaginería navideña, sino también en su popular y folclórica música: el Villancico. No es fácil en el villancico conjugar la alegría juguetona y traviesa con la profundidad teológica y mistérica. «El villancico ha de ser comprometido y tierno a la vez; no amargo ni contestatario, sino universal y ecuménico» (B. Velado).
Aunque no deben faltar los acentos de ternura y sensibilidad en la contemplación del misterio de la Navidad, debemos decir que la liturgia no se acerca a este acontecimiento con el sentimentalismo que invade cierta religiosidad popular. El acercamiento parte de la fe y en esta fe se expresa, tanto la adoración del Verbo Encarnado como la certeza de que Navidad se proyecta y nos lleva de la mano a la luz y a la realidad del misterio pascual. No hay Pascua sin Navidad, ni Navidad sin Pascua.
Navidad no es un tiempo cerrado en sí mismo, está abierto y se proyecta al misterio de la Pascua. La Navidad sin referencia a la Pascua es una Navidad en la oscuridad, pues la Navidad es la luz naciente que llegará a su máxima expresión de luz en el día de la Resurrección. Hasta en el lenguaje popular se proyecta la Navidad a la Pascua cuando nos felicitamos en Navidad con la felicitación Felices Pascuas.
Cantar sobre todo el «Gloria»
En la Noche de Navidad resuena el canto de los ángeles «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor» como eco de aquella noche santa y feliz para el mundo. El himno navideño del Gloria se prolonga en palabras y en actitudes del amanecer al atardecer. La Noche santa se convierte en una sinfonía oracional de todos los seres a su Creador. Es el gran canto litúrgico de la Navidad. Es una sinfonía de aclamaciones y súplicas para la glorificación de Dios. Todas las peticiones y súplicas aparecen dentro del marco de la manifestación de la gloria de Dios que el himno aclama. Comienza con Gloria a Dios en el cielo y termina En la gloria de Dios Padre. Es indescriptible la sonrisa de Dios. Su hermosura, belleza y hondura no tiene parangón con ninguna otra.
Ha nacido en un portal de Belén el Niño Dios.
Ro pon pon pon. Ro pon pon pon.
En tu honor frente al portal tocaré con mi tambor.
Ro pon pon pon. Ro pon pon pon.
Cuando Dios me vio tocando ante él me sonrió.
Ro pon pon pon. Ro pon pon pon.