Hay una zona geográfica en el mundo, que si bien ha sido considerada el «Pulmón de la humanidad», no obtiene la atención ni mucho menos el respeto de gobernantes y pobladores que esta requiere.

Es considerada como un subcontinente porque la naturaleza convive allí con el hombre, otorgándole sus mejores plantas, animales, agua y otros minerales; riqueza que se conjuga con las tradiciones y valores que ya quisieran conservar algunas sociedades contemporáneas. Nos referimos a la Amazonía que está siendo amenazada en su  hábitat cada vez más por las actividades extractivas, la contaminación ambiental y la trata de personas con visos de nuevo esclavismo, a pesar de conservar una naturaleza con características originarias.

Con rasgos similares, aunque con desafíos diferentes, los ocho territorios que cuentan con bosques tropicales amazónicos -y cuya extensión alcanza los 6 millones de kilómetros cuadrados-, son el Brasil y el Perú (ambos con la mayor extensión), seguidos de Colombia, el Ecuador, Venezuela, Surinam, Guyana y la Guayana Francesa, que también están siendo amenazados.

Tierra de esperanza

Este  panorama negativo  no ha impedido que desde años atrás se vengan levantando voces de alarma. Esto ha conllevado a que entidades estatales, internacionales y religiosas, en oportuna respuesta, hayan decidido asentar a sus especialistas en el lugar para alertar sobre los daños, analizar el potencial del territorio y emprender acciones que contribuyan al desarrollo sostenible de estas tierras agrestes.

Hay que reconocer también el acompañamiento que los pueblos originarios de la Amazonía han obtenido, gracias a los misioneros católicos que llegaron desde el siglo XVI en adelante. Allí es tangible la obra de los religiosos provenientes de España o de las nuevas comunidades y conventos asentados en Hispanoamérica, a lo que se suma el trabajo de los pastores protestantes llegados desde Gran Bretaña y Estados Unidos al territorio desde el siglo XX.

Aunque a veces el mensaje cristiano ha sido visto como una amenaza a las costumbres y propiedades de las poblaciones -por lo que aún existe un rechazo inicial-, este trabajo es abonado con los mártires que siguen tiñendo con sangre las aguas de los ríos amazónicos.

Gracias a ello, y a una mejorada inculturación, los pueblos originarios fueron aceptando el mensaje de salvación que consiste no solo en la predicación, sino también en incorporar a sus tradiciones aquellas herramientas sólidas que permitan contribuir al desarrollo local, que a veces se les presenta esquivo.

Cercanía del pastor

Conociendo esta realidad -la cual aprecia, se interesa y apoya-, el papa Francisco tuvo a bien convocar a una reunión de la Iglesia universal para reflexionar y elaborar líneas de acción a favor de la región Amazónica.

Esto lo hizo público el último 15 de octubre al convocar a una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Pan amazónica, que tendrá lugar en Roma en el mes de octubre de 2019. La cita, aseguró el papa, es una respuesta «al deseo de algunas conferencias episcopales de América Latina, además de la voz de diversos pastores y fieles de otras partes del mundo».

El objetivo principal de esta convocatoria «es individuar nuevos caminos para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios, especialmente de los indígenas, a menudo olvidados y sin la perspectiva de un futuro sereno», expresó el santo padre.

Es por ello que «la crisis de la selva Amazónica, pulmón de capital importancia para nuestro planeta», se convierte así en un tema relevante para las prioridades de la Iglesia en la era Francisco.

Despensa y pulmón del mundo

Es considerada como un subcontinente porque la naturaleza convive allí con el hombre, otorgándole sus mejores plantas, animales, agua y otros minerales; riqueza que se conjuga con las tradiciones y valores que ya quisieran conservar algunas sociedades contemporáneas. Nos referimos a la Amazonía.

Independientemente,  de toda la flora, fauna, agua y personas que forman parte de la región, las cuales hay que custodiar para un desarrollo sostenible, la humanidad debe ser consciente y valorar todo lo que las tierras de dicha selva le proporcionan.

Desde la Amazonía llega a nuestras mesas y ciudades el caucho y la madera, así como la banana, yuca, cacao, café, maíz y otras variadas frutas y peces de la región, únicos en su género.

Mención aparte merecen los destinos turísticos ofrecidos para el solaz de los visitantes del mundo entero. Estos, en muchos casos, son administrados por las comunidades originarias amazónicas, que vienen asombrando y volviendo justo el título recibido en 2011, como una de las siete maravillas naturales del planeta.

Es así que el sínodo convocado podrá expandirse en un análisis sobre los riesgos de dichas poblaciones, y las medidas de precaución urgentes a tomar para que la Amazonía no sucumba bajo la explotación indiscriminada de sus recursos naturales a causa de la deforestación, la minería ilegal, la contaminación de sus ríos y cuencas o la migración forzosa. Así como por el desconocimiento sobre los derechos que les asisten a los pueblos en favor de su tierra y sus costumbres ancestrales, como lo es la propia lengua.

La visita del papa en enero de 2018 a la ciudad de Puerto Maldonado en la región amazónica del Perú, con la asistencia de pueblos originarios de los países nombrados junto a otros de Bolivia, Chile, Paraguay y Argentina, será motivo para escuchar algunas líneas directrices en su mensaje, que permitirán avizorar por dónde se encaminará el Sínodo del 2019, y qué responsabilidad tenemos todos en el cuidado y desarrollo de esta porción del Pueblo de Dios.

*Periodista